Podrían hacer las delicias de cualquier naturalista. No es que están allí en cada fiesta; simplemente viven allí, y eso, claro, tiene muchas lecturas. Si hablan las mujeres que limpian la ermita, o las que lavan las sabanillas del ara del altar, dirán que están hasta las narices, que lo manchan todo. Los que simplemente entramos a escuchar la misa, tenemos los ojos acostumbrados a que pasen el oficio revoloteando porque los unos a los otros nos venimos a romper la hora, como los tambores de Calanda en Teruel en el Domingo de Gloria, cada Semana Santa.
Terminan los oficios y los murciélagos siguen allí como el dinosaurio de A. Monterroso, en el cuento más corto del mundo ("Cuando me desperté, el dinosaurio todavía estaba allí").
Fuente: Francisco Poli, "Fran"
Son un asco, en cualquier sitio que estén.
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