Después de los años que han pasado, supongo que hablar desde Caliao de aquellos que un día pisaron sus caminos y emigraron con la idea de hacer fortuna y volver como hombres nuevos a la tierra de sus ancestros, como triunfadores, como hombres que se habían forjado un futuro brillante, profetas entre los suyos, sea razonable. Si esto se hace tomando como base unas imágenes suyas en ese Buenos Aires que ejerció como tierra de acogida y promisión, supongo que sea una manera de traerlos definitivamente a casa. La memoria de los de mi generación , así como la de las generaciones anteriores están pobladas de referencias de ese anhelo por volver que muchos no lograron realizar.
Sentados y de izquierda a derecha Laudino Fernández Vega, ¿?, Emilio Piñera Aladro, Antón Gonzalo González, su sobrino Juan Ramón Gonzalo Sánchez, Juanín el de Ana María?, ¿?, Abelardo Portugal (descansa en el cementerio de Caliao) y ¿?.
De pie, Pepe el de Antón (José Gonzalo), Antonio Calvo Cabeza?, Severino Poli Calvo, Pepe Calvo (padre de Mª del Carmen Calvo y esposo de Feliciana Glez., tía de Angelita la de Julio), ¿?, Amaro el de Antón (Amaro Gonzalo), Juan Manuel Calvo Durán (descansa en el cementerio de Caliao), Óscar Fernández Calvo, ¿?, ¿?, Pelayo Aladro, ¿?, Benito Flores Poli Miguel, Juan de la Cruz Poli Calvo y Benigno Fernández Vega, el hermano de Laudino y padre de mi amiga Ana María Fernández Ruiz, hijos de Manolina Vega.
Recuerdo los dos últimos que emigraron a Buenos Aires: Antón el de José el de Santos y Antona.
Cuando lo hizo Antón yo tenía 5 o 6 años. Me acuerdo perfectamente porque había regalado un reloj de bolso, un "Roskopf Patent" de aquellos antiguos, a mi primo Antonio Aladro (El hijo de mio tiu Patricio ) y aquello era el no va más para unos nenos con una infancia sin juguetes. Entonces era así, no los tenía nadie. En ese sentido eran unos tiempos muy igualitarios. Luego supe que pasó su última noche en Caliao en casa de su sobrino Bienvenido Gonzalo junto a su esposa Águeda y que pasó la noche llorando. No hay nada más que añadir. Mi madre siempre me habló mucho de él y muy bien. Lo quería mucho, tanto como admiraba su inteligencia y su facilidad para buscar la palabra perfecta cuando tenía que encontrar una respuesta.Su padre ya lo sabía cuando lo detuvieron en aquella guerra civil tan atroz y que abrió tantas heridas, cuando afirmó: "Si lu dexen hablar non lu afusilen" y en aquella época fusilaban a un hombre por menos de que cante un gallo. Mio madre convivió mucho con él y con sus hijos en el monte, en la mayada de La Robre y en Rielartu, donde según él mismo contaba: "Con ca sabanáu que traía bebía un sorbu vinu y a lo últimu ya non sabía si sabaniaba o qué facía". Mi hermano Arturo y yo solíamos recordarlo y decir lo mismo cuando "sabaníabamos".
También me hablaba mucho de él su hermano Pepe, mi añorado Pepe el de Rosalía, que también lo adoraba y que cada vez que hablaba de él acababa llorando. Me contaba que habían dormido en el horru (hoy ya ha caído) hasta que Antón se casó.
De Antona recuerdo su cara, su casa encima de la Cabiana de Rozaqué y aquella cabra pinta que tenía y que recuerdo atada en la sebe de La Pradana y en les sebes de Cortines. Luego alguin me refirió que "si hobiera habíu un senderu pa volver, hobiera vueltu andando". Era muy mayor para emigrar y lo tuvo que pasar muy mal.
Fuente: Foto cedida por Ana María Fernández Ruiz