Pelayo Portugal Prieto llevaba la caza en las venas y sabía del monte tanto como el que más. Por cualquier sitio que pasaba miraba los rastros y daba cuente de todo. Era mi amigo y lo que más admiraba de él era su capacidad para fabular porque tenía el don de ser capaz de bordear la realidad y la ficción y hacerlo con tanta verdad que resultaba difícil establecer los límites de cada una. Por eso era capaz de concitar y mantener la atención de cualquir auditorio, como aquella vez cenando en Cudillero en la que el camarero abandonó el comedor para atender sólo nuestra mesa.
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