Aquella tarde mio madre filaba. Estábamos en la cocina y eran las postrimerías del mes de enero de 2012, el día 30 para ser exactos. La escena no debería tener nada de particular, pues se había repetido miles de veces a lo largo de los años. Sólo que aquel día yo la miré en silencio y me asaltó la certeza de estar viviendo un momento irrepetible. Sí, ya sé que todos lo son, solo que ahora tengo el convencimiento que unos lo son más que otros. Yo sabía que mio madre había dejado atrás los 85 años.
Tal vez por esa razón, tal vez porque uno se resiste a que el tiempo ejecute sus designios inexcrutables y quiere sujetar los momentos en una imagen con la sana intención de retenerlos, lleno de tristeza me levanté, cogí mi cámara de fotos y me dispuse a retener aquel momento que tenía mucho de final del camino. Lo tenía todo: mio madre y mio padre en estado puro; el uno "ciscoliando col fueu" y la otra, tan positiva como siempre, filando en silencio, pensando en sus cosas.
Ahora que sucedió lo que yo temía entonces, miro la imagen y me resisto a verla en pasado. Acuden una y otra vez a mi cabeza, y por tantas razones, aquellos versos de A. García Calvo, capaces de expresar una realidad de una manera tan triste como cierta:
"Solo de lo negado canta el hombre,
sólo de lo perdido,
sólo de la añoranza,
siempre de lo mismo".
La madeja de hilos blancos, de lana recién lavada secando delante, mio padre con "los calzos" en los pies, igual que hacíamos mi hermano y yo, la funda que cubre el mullido del escañu tejida a ganchillo, al igual que la que ella tiene encima del tayuelu, porque era difícil verla parada.
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