PARAÍNA

8 de julio de 2015

Ayer, 29 de junio, día de San Pedro, despedimos a Emilio Suárez Buelga, un amigo a carta cabal. Ya sé que dicho así a muchos les va a costar centrarse y situarlo, dado que este nombre sólo lo utilizaba para los documentos oficiales, que para él no eran los importantes. La mayoría lo conocía como Milio Paraína o simplemente Paraína, que creo que eran los más, porque había convertido su lugar de nacimiento, La Paraína, en el valle de Villoria en mucho más que un apellido.Tan orgulloso se sentía de su origen, que cuando nos contaba a sus íntimos aquellas historias de infancia y juventud que hablaban de tiempos difíciles, lo hacía con aquel brillo en los ojos que siempre le acompañaba cuando hablaba de los temas que le apasionaban. Porque seamos claros desde el primer minuto, si hubiera que buscar una palabra para definirlo era esa, apasionado y pulcro hasta el extremo.Luego, lo de vinos Paraína, qué duda cabe que contribuyó a que ese nombre fuera el que usara todo el mundo. 
 
Paraína con un jabalí.

Su vida se inscribía en una serie de centros de interés  que acababan siendo concéntricos y comunicados a medida que se profundizaba en ellos. 
Comenzaba por el de los amigos, siendo un hombre que cultivaba la amistad con la misma afición y sentimiento con la que se cultiva una huerta. Eran tan importantes para él, mostraba tal agradecimiento hacia todo, y hacia todos que hacía que nos sintiéramos pequeños y entregados. Sólo exiogía lo que daba a manos llenas:lealtad. Por otra parte, la amistad para él era uno de esos dones inquebrantables y seguros de los que hablaba con pasión y presumía, claro que presumía. Lo decían sus ojos al hablar de "un manitas", y se refería a Tino el de L'Arbeya, "que tienlo todo en la cabeza" y seguía hablando que lo mismo le daba tallar la cabeza de un jabalí en una piedra, en barro o en una pastilla de jabón. Algo así como el que saca algo de un cajón. Lo contaba con tanta pasión y con tanto convencimiento que era una delicia escucharlo, porque lo hacía con la misma admiración que tenía hacia un cirujano o a su amigo el doctor Nieto, que era una eminencia, como nos decía siemptre. Lo que afirmaba el doctor Nieto eran como las palabras del Antiguo Testamento, indiscutibles. En su boca, sus sentencias tenían algo de divinidad. Era como si a partir de lo que el decía se pudiera construir la curación de una enfermedad, como si fueran las indicaciones para hacer un muro de piedra.
Imagen de juventud

Luego estaba la caza, su otra pasión, que le hacía cultivar ese mundo de amigos y aquellos momentos con comilonas en Loncín con  Pepe , Pelayo y otros de Caliao y de fuera, donde se trataba de disfrutar de la vida como si la del mundo estuviera tasada y se acabara mañana. Ya cuando luchaba con su enfermedad y estaba mermado de facultades, todavía le pedía a la vida fuerzas para tirar "a un xabalinón" y a medida que estas le iban faltando, ya se conformaba con poder escuchar la cacería por la emisora desde el coche. Me lo contaba con aquella sonrisa y la vivacidad de sus ojos que lo acompañaron siempre, como si por un momento su enfermedad le diera una tregua. Y parecía que lo de la tregua iba en serio.
Y finalmente estaba Espines, su mundo, su retiro espiritual, donde llevaba a los íntimos con el ánimo de que pudieran disfrutar con él y como él de tanta belleza y de momentos tan intensos. De su generosidad habla bien a las claras aquel zulo con bebida que tenía delante de la cabaña para que el caminante ocasional pudiera servirse a su gusto, con el abridor colgado en una punta en un fresno, para que pudiera disfrutar sentado a la sombra del paisaje de postal de la zona, o aquella querencia de dejar trigo en el portal "a les perdicines, haber si se acostumbren a venir, porque préstame veles".

Con un buen trofeo de corzo.

  Y cuando íbamos con él, todo era poco para que nos sintiéramos a gusto: su arroz arreglado, el jamón traído de Salamanca expresamente para disfrutarlo con los amigos y aquel clarete de prieto picudo que entraba solo y acabábamos bebiendo más de la cuenta. Y qué decir del orgullo con el que nos enseñaba su cosecha de patatas, lechugas y tomates en el huerto que preparó allí delante, o cómo segaba El Colláu para hacer compost y abonarlo, o improvisar una excursión hasta El Moyón para dar vista a Frieru y El Tozu. Y una y otra vez, cuando nos enseñaba los arreglos que había hecho, que eran muchos, salía Tino y las manos de Tino y el orgullo enorme que sentía por él."Toes les piedres de los muros trajímoslos de estes cuestes".


Espines: Su lugar del alma, el sitio elegido para descansar
 Luego, cuando tuve oportunidad de conocerlo ya supe que no exageraba lo más mínimo y que sus manos eran las de un artista de esos que no se dan importancia como sucede con los mejores, y que se profesaban una amistad profunda, sincera y antigua.Luego me enteré que aún le dejó algún encargo pendiente, a título póstumo, para que lo fuera haciendo, con ánimos de permanecer. 
 Y acababa hablando de su amigo Pelayo Portugal "con quien tanto quería" (por citar la frase de Miguel Hernández) y de sus correrías de caza. Y alguien como yo, que tuvo el privilegio y la satisfacción de disfrutar con Paraína de la magia contagiosa de Espines y de escuchar sus relatos, cómo no voy a recordar el orgullo de su cara; de la misma manera que recuerdo la misma chispa de picardía en la de Pelayo Portugal, un narrador tan impresionante, que al igual que los más grandes era capaz de crear mundos propios partiendo de una realidad compartida. 
No puedo dejar de mencionar la maravillosa colección "de cayaos" de Emilio Paraína, unos preparados por él, otros mandados a "pinzar con escenas de caza"por otro manitas del valle del Caudal, que acababa regalando a los amigos, o la pasión que le iluminaba la cara cuando hablaba "de los azaos" (hachas), tan cuidados como si alguien fuera a afeitarse con ellos.
Paraína y su mundo: Los cayaos.

Por eso, cuando la enfermedad le estaba venciendo, confesó a sus íntimos que ya tenía ganas de juntarse con Pelayo. Ahora que ya lo han hecho, estarán hablando de sus cosas, vigilando "daqué xabalín" e ideando de forma artera la manera de cazarlo, o tener ojeado "un cayáu" esperando un buen menguante para cortarlo.
Por mi parte, a la entrada de mi casa, sigue estando un cayáu decorado por él, que no me atrevo a sacar por miedo a perderlo. Y esa es una manera de permanecer en la memoria de la gente,  o lo que es lo mismo, una manera de seguir vivo.
Como te sigo recordando y sé que descansas en Espines, en lo que fue tu geografía espiritual, me vienen a la cabeza una y otra vez los versos del poeta de Orihuela:

                                      "Volverás a tu huerto y a tu higuera
                                        por los altos andamios de las flores..."

Y parece que están escritos para ti. Estoy seguro que el poeta, a ti y a mi nos perdonará el atrevimiento de haber cambiado dos posesivos en su texto original. No creo que nos considere peligrosos.
Buscaste un buen lugar para descansar, entre el olor sutil de la manzanilla, el pastar tranquilo de las vacas en la campera y el nervioso y vigilante de la caza. Y tú viviendo esas sensaciones con la misma intensidad con la que lo has hecho siempre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ay, Miguel... que texto tan conmovedor!
Como se nota que conocías y querías a MI PADRE
Muchísimas gracias de toda la familia

Anónimo dijo...

Desde Argentina , con todo el amor del mundo , gracias por darnos a conocer un poco más al tío Paraína.

Ana Jose Diaz Barbon dijo...

Acertadisimo retrato de Milio Paraina, y que nos da a conocer otra faceta suya, como amante de la naturaleza, la caza y los animales. Amigo de sus amigos, generoso y cordial. Excelente persona. D.E.P.