Y entonces llegó el otoño amarillo con sus pasos sigilosos de gato, metió la mano en la lata de los colores y los esparció en todas direcciones. Cuando despertamos los que estábamos allí., pudimos comprobar cómo cada mirada podía ser mas intensa, más sugerente que la anterior. A cada paso, bastaba tender la mirada para tropezar con un cuadro impresionista de la mejor calidad.
Cada agujero podía ser suficiente para descubrir un mundo que a su vez buscaba una mirada para regalarle un paisaje de ensueño.
Todos los árboles querían llenarse de color y contribuir con sus mejores galas a que su bosque ganara el concurso de bosques de ese año.
Y cada hoja quería asumir por sí misma el protagonismo del árbol.
El resultado sólo podía ser uno: disfrutar del paisaje.
1 comentarios:
Hay que nacer en Caleao,o Casu para saber y entender esto,un placer para la vista y alimento para el espiritu.
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