TAL VEZ LUIS PIÑERA ALADRO

20 de diciembre de 2013

Y entonces uno abre un cajón y la foto está allí, ni se sabe cómo, lo mismito que el dinosaurio de Monterroso. Es una foto pequeña, recortada a tijera de otra más grande, de esas que se utilizaban como tarjetas postales para enviar a la familia desde el lugar donde cada cual había ido a buscar fortuna, desde el país de acogida en ese proceso tal vez nunca cerrado de la emigración, un trozo de papel del que asoman retazos de caligrafía insegura, probablemente de algún niño o niña que hoy ya no lo es. 
Y un país que uno escogió o que lo escogió a uno para morir. Un lugar para morir, sin duda. Se toma la foto en la mano, cargada de años , con esa pátina amarilla que sólo el largo tiempo es capaz de bruñir en el papel, la mira y cree que es Luis Piñera Aladro, a quien nunca conoció, un pariente del que siempre oyó hablar, un primo de su padre, pero a quien únicamente vio a través de otra foto. Pide entonces ayuda entre quienes lo conocieron y se encuentra que también el tiempo juega una mala pasada a los interlocutores, perjudicada la vista y los recuerdos. Aún así sigue con la primera certidumbre, a riesgo de equivocarse, a sabiendas que siempre habrá alguien que aporte luz a las sombras. Es un no resignarse a que esa foto se convierta en sombra de la nada. Sigue queriendo que uno que nació en Caliao, que manchó sus pies con el mismo barro con el que los mancharon las generaciones que vinieron detrás, siga vivo aunque sólo sea en la memoria de alguien. Que los lanceros del olvido sigan velando sus armas, que esperen.

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