ELEGÍA A UN MINERO

2 de febrero de 2013

Trabajé diecisiete años en Villoria , viví dos años allí y en Villoria nació mi hijo (que es quinto de Gil y de Toni si no me falla la memoria). Me trataron tan bien, que nada de lo que ocurra en su valle me resulta indiferente. Creo que hablo con conocimiento y reconocimiento. Como por razones de trabajo estuve en contacto con los maestros/as de la escuela rural de entonces, por cuenta de esa relación, conozco bastante bien el Valle y a sus gentes. De mis compañeros, mejor debo decir de mis amigos, donde nos encontramos, nos alegramos de veras, retomando nuestra relación donde la dejamos para ponernos al día. También figuran entre mis amigos muchos de aquellos padres entusiastas que supieron hacer piña en la comunidad educativa que les tocó vivir y formar parte activa de la misma, defendiendo con uñas y dientes cada propuesta que entendían iba a mejorar la escuela y la realidad social. Y si puedo hablar bien de todos, espero que me permitan recordar a mis vecinas Sara Carcedo, Marcela Barbón, Nieves Díaz y Lola, sin que nadie se enfade. Ellas, que eran gente mayor, sabían representar como nadie esa solidaridad antigua, esa idea del acogimiento sin tapujos que nadie en su sano juicio puede ni debe olvidar. Aquel "si te hacen falta sillas, si te hacen falta platos, vienes a mi casa..." sigue estando tan vivo en mi cabeza como en aquellos días. Lo he dicho en todos los sitios que he podido. Aunque Villoria solo hubiera contado con esas cuatro personas -que contaba con muchísimas más- debe saber que ellas solas hubieran bastado para honrar al pueblo y ponerlo en el lugar más alto. A mí me trataron como uno de los suyos y lo hicieron sin meter ruido, pero con tanto cariño y con tanta intensidad que si hubiera pedido la luna se habrían arreglado para traérmela. Por tanto en su nombre, mando un abrazo a todos los de Villoria y a mis amigos del Valle, aquellos padres con los que tantas cosas compartimos, con los que trabajamos tanto y que tenemos tantos recuerdos en común.
Por otra parte, esta tierra, este valle, aúna la montaña y la mina en su alma. Yo conviví con ellos muchos años; me contaron historias del presente y del pasado que ponían los pelos de punta. Aquellos mineros de brazos cincelados y de ojos remarcados de polvo de carbón que la ducha del final de la jornada no fue capaz de arrastrar.

José Gutiérrez Suárez "Fresneo". La foto me la manda quien escribió el poema, su nieta Raquel. He visto la misma imagen en el libro de Albino Suárez "Los que no volvieron"


La mina de Fradera.

Crecí siempre con la pena 
viendo llorar a mio güela, 
¡Ay! Matóseme José 
en la mina de Fradera. 

Cuando lloraba dicía 
coses que yo nun entendía,
que mala espina me dió
tanta xente que venía.

Baxó un peñón y estripote 
nunca volvisti pa casa,
nun llegasti a retirate,
lo poco que te faltaba.

Cuando crecí llegué a entender
que por respetu a mio güela,
siempre tábemos de luto
llorando por esa pena.

Cuando te pasa algo así
ya te marca toa la vida,
vives con el mal recuerdu
de la traidora y negra mina.

Tiénes-y odiu, respetu
y mieu hasta aborrecer,
pero tienen que volver p'allá
si en casa queréis comer.

En la mina de Fradera
perdió mio güelu la vida
cuanto taba trabayando
cayó-y un costeru enriba.

Dexó viuda y cuatro fíos
y a la familia destrozá,
na más quedó el so recuerdu
y nun se pudo facer na.

Aunque paezca muy duro 
ye la pura realidá,
un abrazu a les families
y que nun caigan más allá.

Raquel Gutiérrez Álvarez. La Cuesta Riba.

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